Paolo Miceli
La construcción del Estado italiano
fue un acto criminal
Paolo Miceli es una persona enamorada, y no solo de la luna. Llegó a Barcelona por amor, ama Sicilia, la isla mítica en la que nació, y ama su trabajo de relaciones públicas. Es una persona apasionada y con Ian Gibson, tal vez, la más apasionada que ha pasado por esta barra de entrevistas tranquilas.
Lleva la política en las venas. Con 18 años fue secretario general de las juventudes del partido liberal italiano, lo que en Sicilia, en los años 80, suponía enfrentarse al poderoso partido comunista y defender la instalación de los euromisiles, los cohetes que EE.UU. consideraba necesarios para hacer frente a la amenaza de la URSS.
Para un idealista como Miceli, la política acabó decepcionándolo. El fango era demasiado denso y el dominio del márketing demasiado fuerte. Perdió interés cuando cayó en la cuenta de que el servicio público no era la viga maestra de la política. Se lo demostraron Forza Italia y Silvio Berlusconi, un magnate corrupto que utiliza un grito de la hinchada deportiva para bautizar un partido político que arrasa en las elecciones. Berlusconi fue uno de los primeros populistas, un prototipo de Donald Trump, un pionero en el uso de la imagen y los falsos titulares para ganar votos.
Miceli aprovechó la experiencia política para arrancar una carrera como relaciones públicas. Según como se mire, no hay tanta distancia entre una y otra disciplina. Hoy es el hombre que está detrás de todo para que todo lo que tenga que verse se vea con la máxima efectividad.
Con nosotros, sin embargo, habló mucho de Sicilia. Aunque lleva más de 30 años en Barcelona, conserva allí una casa y vuela a Palermo cada quince días. Se siente siciliano por los cuatro costados y lamenta que Italia se haya construido a expensas de Sicilia. “El proyecto de construcción del Estado italiano fue criminal”, asegura sin pestañear, y para demostrar su punto de vista se remonta a Arquímedes, el filósofo de Siracusa, en el siglo III antes de Cristo, en la Sicilia griega, en una de las ciudades más importantes del mundo. Sicilia, el granero de la Roma imperial, un cruce entre oriente y occidente, el sustrato cultural afianzado por unas dinastías normandas y borbónicas que preservan las costumbres y la riqueza. Y así se de bien se vivió, según Miceli, hasta que los piamonteses, arruinados después de guerrear con Austria, deciden unificar Italia empezando por el sur. “La unificación de Italia la pagó Sicilia”, asegura. Y el pago no sólo fue económico sino también cultural. “Se arrasó lo siciliano, la lengua siciliana, que era anterior a la italiana.” Garibaldi le dijo al rey Víctor Manuel que ahora que habían unificado el territorio habían de hacere los italianos. La centralización acabó con la identidad siciliana. La pobreza alentó la emigración a Estados Unidos. Las estructuras patriarcales y judiciales, asentadas en la tradición y el prestigio de los hombres de pro, quedaron a merced de la mafia.
Conocer la historia de Sicilia que nos explica Miceli ayuda a poner en perspectiva el esfuerzo del Estado español y de las naciones que lo componen para mantener la diversidad.
Xavier Mas De Xaxàs, 17/11/2017