Ian Gibson
Lorca simboliza el horror de la España actual
Los muertos esperan a ser desenterrados y mientras aguardan, España se desteje. Son los muertos de la guerra civil y la dictadura, los ejecutados en las cunetas y enterrados en las fosas comunes. De todos ellos, Federico García Lorca es “el más famoso, el más amado y el más llorado”. Lo dice Ian Gibson, el escritor irlandés que ha dedicado media vida a saber qué fue de él y de su cuerpo.
Gibson busca pero son pocos los que le siguen porque “España no quiere saber”. No quiere saber la derecha del PP y tampoco quiso saber la izquierda del PSOE, los dos partidos que han gobernado desde la restauración de la democracia en 1978.
¿Es posible construir un estado libre, democrático y justo, sin saber la verdad de lo que pasó, sin afrontar el holocausto español que documentó Paul Preston, sin destruir los símbolos del franquismo que aún perduran, como los nombres de muchas calles o el Valle de los Caídos? Gibson considera que no. Por eso dice que “Lorca simboliza el horror de la España actual”, un país que arrastra su pasado como una losa y que si aguanta es gracias a la buena gente, el buen clima y el carpe diem.
Gibson nació en Irlanda y llegó a España en 1957, pasando primero por Gran Bretaña y luego por Francia. Siguió el camino de Samuel Beckett: estudiar francés para poder huir de un país católico, pobre, muy conservador, donde la novela Ulises de James Joyce estaba prohibida.
Gibson es un historiador que ha estudiado a fondo el periodo de la guerra civil y el franquismo. Ha escrito mucho sobre Lorca, Dalí y Machado. Su última obra se titula Aventuras Ibéricas (Ediciones B), un libro de viajes que también es autobiográfico, recreación de un vagabundeo que hizo al poco de llegar.
Después de tantos lustros aún se considera un guiri enamorado del sol y el vino, fascinado por una península de locos como puso de manifiesto Cervantes con don Quijote, “un lector que se vuelve loco en un país donde nadie lee nada”.
Gibson habla con los puños, el cuello y el corazón. Encadena los comentarios críticos con las alabanzas. Afirma que “aquí nunca ha habido solidez de nada” y cita a Larra, 130 años después, para decir que “España no hace más que tejer y destejer. Un país así no puede ser grande”.
España, “país amnésico”, de “maricón el último”, donde “sólo los gilipollas pagan impuestos”, un país, en definitiva, que “funciona a ostias”. “No debería ser así –concede-, pero la verdad es que si no hay ostias, aquí nadie hace nada”.
Gibson, el tremendista, vive en Lavapiés, una república en sí misma, el barrio más dinámico de Madrid, un pueblo de gente diversa y cultura desbordante.
Lavapiés convive. No olvida pero trasciende. Es una actitud vital importante, pero Gibson cree que insuficiente y pone de ejemplo la resistencia de la familia Lorca a que se encuentre el cuerpo del poeta al que todos llaman Federico, como si fuera solo suyo. Algo oculta el silencio y mientras la verdad no aflore es imposible crear un tejido social estable.
Gibson sospecha que “a algún tipo de acuerdo debieron de llegar los Lorca con Franco”. La obra del poeta estaba prohibida hasta que Aguilar publicó las obras completas en una edición de lujo. Era la década de los 50.
Los muertos nos acompañan. Esperan el momento inevitable de la resurrección, sólo que Gibson no cree que viva para verlo.
Lleva un ejemplar de Dublineses entre las manos, una vieja edición de bolsillo, en inglés, que abre por Los muertos, el cuento más célebre de Joyce. Lee entonces la primera frase en voz alta, con un marcado acento de Dublín, la euforia y la nostalgia que a veces brotan de las cervezas liquidadas: “Lily, la hija del encargado, tenía los pies literalmente muertos”. Suelta una carcajada, golpea la mesa con el puño y pide otra caña.
Xavier Mas De Xaxàs, 19/05/2017