Santi Moix
“El artista en Nueva York crea un
producto para pagar el alquiler”
Hace 30 años que Santi Moix se instaló en Nueva York. Yo lo conocí un poco después y debería recusarme de escribir esta nota porque nos hicimos amigos, seguimos siéndolo y no estoy seguro de que lo que pueda decir sea objetivo. Sin embargo, como lo más importante de estas conversaciones es el video de Poldo, espero que no me lo tengan en cuenta.
De Santi hay que decir, antes que nada, que es un sentimental y un vitalista. La cabeza la tiene llena de colores y voces que le animan a jugar.
A Nueva York se fue por un mes y todavía no ha vuelto, aunque ahora nota más que antes el tirón de sus raíces. Hace años, en las mañanas frescas y ventosas, cuando salíamos de su casa en Broadway con Spring, solía decir que aquel viento gélido era del Pirineo y había llegado de madrugada para alegrarle el día. Ahora reconoce que cada vez está más enamorado de las piedras catalanas y que le gusta poner la mejilla para sentir la humedad que desprenden.
Nueva York tampoco es la ciudad de antes. Santi añora la camaradería de hace un par de décadas, la relación con su galerista Paul Kasmin, cuando todo era más espontáneo y amateur, con más espacio para la creatividad. “Antes estaba bien si te equivocabas”, dice. Pero hoy no tanto. Ahora, “el resultado ha de ser inmediato” porque “todo gira en torno al dinero”. El galerista calcula los metros de pared que el artista necesita para exponer su obra y el ritmo de ventas que de ha conseguir para que cuadren las cuentas. Esto lleva a que muchos artistas “hagan productos para poder pagar el alquiler”, atrapados como están en una lógica mercantilista que apenas deja espacio para la bohemia desinteresada.
Nueva York sigue siendo el centro creativo del universo Moix, pero ya no es el único. Tokio también lo es desde el principio, desde antes de Nueva York, y de Marrakech, por ejemplo, han salido en los últimos años esculturas de caucho y muchas ideas para lienzos naturalistas. Las flores imaginadas, oníricas, que ha expuesto en la galería de Carles Taché, tienen raíces poéticas japonesas.
Su gran proyecto, sin embargo, la gran idea en la que lleva trabajando desde hace tiempo está en Saurí, un pueblo del alto Pirineo, en el Pallars Subirà. La iglesia prerrománica, cerrada y triste desde que Santi tiene memoria, está a punto de resucitar. Las paredes vuelven a contar una historia, “un jardín de las maravillas donde lo inexistente existe”. Hay un cielo estrellado, muchos animales y flores, seres amables e inquietantes, palabras de amor y un infierno del que solo puede salirse con la tenacidad de una tortuga. Santi la ha pintado como si fuera un maestro medieval y ahora quiere que esta iglesia de San Víctor sea la primera de muchas, un reclamo para que otros artistas contemporáneos creen sobre las paredes olvidadas de otras iglesias en otros pueblos y valles de la comarca. “Vamos a reabrir las iglesias”, asegura entusiasmado. “Vamos a devolver la autoestima a mucha gente”, añade con la ilusión de un artista que 30 años después, completa un círculo vital.
Xavier Mas De Xaxàs, 02/06/2017