Òscar Dalmau
“Los payasos cada vez hacemos más de periodistas
y los periodistas, cada vez más de payasos”
El comunicador Òscar Dalmau piensa que el periodismo debe estar muy mal cuando humoristas como él hacen información. No es un fenómeno nuevo, pero tal vez nunca se había vivido, al menos en España, con tanta intensidad como ahora. Los medios tradicionales han perdido la confianza de muchos ciudadanos que parecen fiarse mucho más de comunicadores que no son periodistas. Dalmau pone el ejemplo de Jordi Évole y piensa también en el Gran Wyoming. “Los payasos cada vez hacemos más de periodistas y los periodistas hacen cada vez más de payasos”, asegura sin dudarlo.
Dalmau se sienta en la barra del Giardinetto con su imagen de siempre. Siempre parece el mismo. Cuesta distinguir a la persona del personaje. La camisa bien planchada, la corbata estrecha, la chaqueta de punto, la barba a medio camino de ser talibana, el pelo largo y las gafas gruesas, muy grandes y cuadradas. Si pudiéramos verle las piernas descubriríamos que no nunca lleva tejanos y casi nunca se calza unas zapatillas deportivas. Verlo es pensar en un hipster, pero él se identifica más con un abuelo, un personaje antiguo que se acuesta temprano, no bebe ni fuma, un tipo algo aburrido, fascinado por la música ambiental.
Los televidentes catalanes lo recuerdan por El gran dictat, un concurso de ortografía en TV3 que nos enseñaba a no hacer faltas y donde aprendíamos gracias a los chistes. En RAC-1, emisora del Grupo Godó, conduce el programa La competència junto a su pareja profesional desde el primer día, Òscar Andreu. Ganaron el Ondas 2013 al mejor programa de radio. Dalmau imita a media docena de personajes con intereses muy variados y opiniones muy dispares. Es un juego de niños y se pregunta cuántos años más seguirá haciendo vocecitas, informando desde el lado humorístico de la actualidad. La audiencia radiofónica le respalda (52% de share), pero la televisiva parece que no tanto y el pasado diciembre TV3 canceló El gran dictat aduciendo una caída de espectadores.
Dalmau pide una Schweppes de naranja y confiesa que si no bebe no es por una cuestión de salud sino de sabor. No le gusta el sabor de ningún alcohol, ni siquiera el vino. Preferiría que no fuera así porque se ve muy bien con una copa de balón llena de cognac, pero ha de vivir si esta estética.
El problema no es grave. Tiene recursos estéticos de sobra y la opulencia no va con él. No tiene coche, ni piso de propiedad. Se mueve en Vespa y le gusta la música anónima, la que pasa desapercibida en un ascensor o una consulta.
A veces pincha o, mejor dicho, pincha su alter ego, Phil Musical, que recuerda a Phil Collins y que en catalán se aproxima mucho a Hilo Musical. Pincha en cenas y cócteles. Es una música de librería, para hablar encima, una música que no molesta pero que “si por alguna razón se hace un silencio, la gente puede preguntarse qué es lo que suena porque le parece bonito”.
Le apasiona el diseño y es capaz de nombrar a cinco diseñadores gráficos catalanes de corrido. Le hubiera gustado vivir los años 60 y ver en directo a los grupos del pop catalán que luego cayeron en el olvido.
Si la vida fuera un guión, Òscar Dalmau lo tendría casi todo escrito. La improvisación en directo puede hacerte tocar el cielo, pero también estrellarte. Mejor garantizar un notable con los chistes bien escritos en un papel. Lo aprendió escribiendo para Manuel Fuentes, Julia Otero, Antoni Bassas y los programas Polònia y Crackòvia, humor político y deportivo en TV3.
De pequeño quería ser periodista y se matriculó en la facultad de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Barcelona, pero sólo duró seis meses y se pasó a la Universidad Pompeu Fabra –mucho más hipster- donde formó parte de la primera promoción de Comunicación Audiovisual. Évole recibió la misma enseñanza y así se transforma el periodismo de referencia en nuestro país.
Xavier Mas De Xaxàs, 07/04/2017