Marc Monzó
“Una joya con diamantes y platino
no es mejor que una de cartón”
Recuerdo hace unos años, en el Taller del Bulli, con Ferran Adrià y dos productos encima de la mesa, una patata y una trufa negra. ¿Cual es mejor? La trufa es más cara y muchas personas consideran que lo caro siempre es mejor que lo barato. La pregunta, sin embargo, está mal planteada porque, como explicó Adrià, las propiedades culinarias y alimentarias de una patata son igual de importantes que las de una trufa. Una patata cortada en láminas muy finas, como si fuera una trufa, y luego bien cocinada ¿por qué ha de ser peor?
El valor de las cosas, en definitiva, pocas veces está relacionado con su precio, y si así usted lo cree, estará muy cerca no sólo del pensamiento de Ferran Adrià sino de otros creativos. Marc Monzó sería uno de ellos. Este joyero contemporáneo, nacido en Barcelona en 1973, tiene muy claro que “una joya con diamantes y platino no es mejor que una de cartón”.
La mejor joya es aquella que revela una idea, transmite un sentimiento y una emoción. Monzó puede pasarse horas y días con una pieza que puede incluir metales preciosos y al final pintarla con un spray. Asegura que “pintar el oro es liberador”. Le gusta trabajar el oro por su ductilidad pero no porque tenga un alto valor económico. La capa de pintura final esconde el valor económico de la joya para que resalte su valor artístico.
Marc Monzó huye de la joyería clásica, la que brilla y cuesta mucho dinero, la que predomina en España aunque no tenga ningún valor añadido al coste de las piedras y metales con los que está hecha. Por triunfa mucho más fuera de España, en países del norte de Europa y, sobre todo, en Japón.
El minimalismo de su joyería coincide con el minimalismo con el afronta la vida, la actitud tranquila, algo solitaria, con la que explica lo que hace y por qué lo hace. Da lo mismo que sea una joya o una salida en bicicleta. La bici la coge los jueves a las siete de la mañana y por eso durante la entrevista sólo se bebió dos zumos de tomate.
Trabaja casi cada día y allí, en el taller, habla con sus joyas mientras les da vida. Quiere que sean libres de ellas mismas, que aún transmitiendo una idea, no se maten por defenderla a ultranza.
Cuando va a empezar, cuando aún no ha creado nada, todo está bien. “En la nada siempre hay calidad”, asegura. Luego, a medida que la nada adquiere una forma, empieza la tensión y Marc no se da por satisfecho hasta que encuentra un equilibrio entre la afirmación y la negación, un balance que es como volver a la perfección de la nada.
Durante una época le dio por coleccionar palitos de plástico que encontraba en la playa de El Masnou, una población al norte de Barcelona. Un día preguntó si alguien sabía el origen de aquellos palitos. Le dijeron que los traía el mar y que no eran palitos sino bastoncillos para limpiarse los oídos. Se ve que los filtros de la depuradora no eran demasiado finos para retenerlos. Marc abandonó la colección pero un tiempo después recuperó los bastoncillos y con ellos creó un collar que hoy se exhibe en el museo de arte contemporáneo de Amsterdam y que Poldo ha incluido en el video.
Marc es muy poco conocido en España. El museo de las Artes Decorativas de Barcelona exhibe una pieza. Eso es todo a pesar de que el año pasado recibió el premio más importante de la joyería europea, el François van den Bosch. El jurado valoró la claridad y la inteligencia de su trabajo.
El galardón no le ha cambiado. Sigue haciendo lo mismo, ajeno a las modas y las tendencias, feliz con la soledad porque el trabajo de los joyeros es muy solitario, feliz en su mesa, enfrentado a un mundo en miniatura que manipula con herramientas muy pequeñas hasta que alcanza la armonía.
Xavier Mas De Xaxàs, 16/06/2017