Mario Ruiz
“La dislexia puede ser una virtud”
Diseñador, premio nacional de diseño 2016
Mario Ruiz es premio nacional de diseño 2016 y cuando recibió el galardón confesó que, por fin, tenía la sensación de haber aprobado todas las asignaturas. La dislexia, de la que no fue consciente hasta hace apenas ocho años –él nació en 1967 en Alicante-, había sido un lastre con el que se había acostumbrado a convivir.
Recuerda que en el colegio sólo aprobaba plástica o dibujo técnico. Suspendía hasta religión y gimnasia. A veces sacaba un diez en matemáticas pero el siguiente examen lo suspendía con un cero y los profesores no entendían nada. Preguntaron si había problemas en casa. Sus padres, un abogado y una catedrática de lengua, estaban igual de desconcertados.
Mario, mientras tanto, intentaba pasar desapercibido y soportaba con estoicismo las clases de recuperación en verano. Le costaba mucho leer y era incapaz de aprender nada de memoria.
Cuando a su hija de cuatro años le detectaron la dislexia y concluyeron que era hereditaria, Mario se hizo la prueba y, al comprobar que era disléxico, descansó. “Había llegado a pensar que era tonto”, confiesa. Tonto a pesar de tener proyectos en Escandinavia y Estados Unidos, de haber diseñado, entre muchos productos invisibles, el taxímetro más vendido del mundo, el que aún hoy, después de 30 años, llevan los taxis de Barcelona y Nueva York.
Un día, Alicante organizó una conferencia de diseñadores europeos, “con un nivel que no he vuelto a ver en España” y Mario se pasó “por casualidad”. Ahí descubrió que la dislexia no era un problema para la creatividad.
Si el 20% de las personas son disléxicas –y muchas no lo saben-, entre las personas creativas la proporción sube a un tercio. “Yo tenía otra manera de enfocar las cosas y descubrí que eso era una ventaja sobre el resto”.
Sus padres lo matricularon en la escuela Elisava y, sin darse cuenta, destacó. “Me daba vergüenza llevar mis proyectos, ver que sacaba las mejores notas”.
Acabados los estudios empezó a trabajar en proyectos pequeños, como el taxímetro, un desagüe o una brida que se cerraba sobre sí misma, productos que no se veían. Lo pequeño nunca le ha importado pero pone mucho esfuerzo en trabajar para clientes con los que se lleve bien. Si no hay química, asegura que los proyectos no van a ninguna parte. Si la hay, hasta los errores se corrigen con una sonrisa. Él lo llama el factor humano y le funciona muy bien.
Aún toma clases de inglés –gafes de su disfunción- pero ahora está feliz. “Me he abandonado a la dislexia. He descubierto que puede ser una virtud”.
Xavier Mas De Xaxàs, 29/06/2018