Rosa Regàs
“Todo lo que se ha escrito sobre
la Gauche Divine está mal”
Rosa Regàs protesta con la energía de una joven activista. Defiende causas que sabe que nunca se resolverán del todo. Algunas son incluso imposibles, como la Siria de Bashar el Asad. Pero no importa. Ella habla cargada de argumentos, construyendo un discurso coherente, fruto de la experiencia y la vitalidad.
Tiene 84 años y habla como si tuviera 24. Antes de ser escritora y ganar premios, fue una niña en el exilio francés y en un internado de monjas catalán. Se casó joven y tuvo hijos enseguida. Quería una familia grande y unida como la que no había podido tener.
Después de acostar a los niños se iba a Bocaccio, la plataforma lúdica y cultural que la Barcelona más abierta y despierta utilizaba para proyectarse al resto de España. Allí, en aquella discoteca de la calle Muntaner, se gestó un movimiento que Joan de Sagarra llamó la Gauche Divine.
Regàs había estudiado filosofía y trabajaba en Seix Barral. Entonces el talento tenía más oportunidades que ahora. “La Barcelona de aquella época era la gloria” y si hubiera tenido la resonancia de Londres, Regàs considera que la Gauche Divine habría pasado a la historia como un grupo de una gran profundidad literaria, arquitectónica, de diseño y pensamiento, a la par de Bloomsbury.
El problema es que a la Catalunya nacionalista de Jordi Pujol, la Gauche Divine le estropeaba el relato. Suponía un encuentro de inteligencias de Madrid y Barcelona que el “fet diferencial” prefería no destacar. De ahí que, según Regàs, “todo lo que se ha escrito sobre la Gauche Divine está mal” porque la información que se ha utilizado no es la correcta. Su empeño ahora es resolver el error publicando un libro que sea la verdadera historia del movimiento cultural más importante del tardofranquismo.
Sin embargo, como ahora vive en un “periodo de simplificación”, el libro no tiene fecha. A su edad considera que tiene derecho a hacer lo que quiera cuando quiera. Aún sigue levantándose con el propósito de que escribir sea la primera tarea del día, pero no lo consigue. Escribe cuando coge la vena y entonces se hace de madrugada sin que se dé cuenta.
Rosa Regàs fue musa de la Gauche Divine. Paco Umbral se fijaba en un lunar que tiene en el pecho izquierdo y un día lo escribió en El País. Era junio de 1976. El artículo se titula “Los catalanes” y refleja una época de admiración mesetaria hacia la periferia mediterránea.
Rosa Regàs trabajó en Seix Barral entre 1964 y 1970. Después dirigió Arquitectura bis, publicación en la que participaron Rafael Moneo, Oriol Bohigas y Óscar Tusquets entre otros. Luego fundó la editorial La Gaya Ciencia y publicó a autores entonces poco conocidos como María Zambrano, Álvaro Pompo, Javier Marías y Manuel Vázquez Montalbán. Fue pareja de Juan Benet, que “podía ser el más agresivo pero también el más tierno y atractivo”. Un día cambió de vida y se fue a Ginebra, donde se hizo traductora de la ONU (1984-1994) y empezó a escribir.
Se acercó a los socialistas y si hoy pudiera cambiar una cosa afirma que sería la educación. Impondría una escuela pública y laica, la que Felipe González no impuso cuando ganó las elecciones de 1982 con una mayoría abrumadora. “Debe de tener alma de derechas”, asegura ahora que su corazón está más cerca de los podemitas.
Entre el 2004 y el 2007 dirigió la Biblioteca Nacional. Abrió la institución al público y colocó un busto de Antonio Machado –“el único que hay en Madrid”- pero no fue suficiente para vencer las críticas de la oposición y las del propio partido socialista que la había nombrado. Cuando robaron dos mapas muy valiosos, no pudo detener el vendaval. El ministro de Cultura, César Antonio Molina, la despachó con una bronca que coincidió con el nacimiento de un burro catalán en su finca de Llofriu (L’Empordà). El burro se llamó César y, por lo que parece, fue bastante burro mientras vivió.
Durante la entrevista no hablamos del procés, de lo que se ha perdido desde la gloriosa Gauche Divine. Tampoco era necesario. Rosa quería hablar de Siria y de lo mal que se ha explicado la guerra. Quería recordar cuando paseaba por Damasco a media noche sin ningún problema, y aquella vez en que conoció a una familia palestina con un amigo judío, prueba irrefutable de una sociedad abierta y multirreligiosa. Si le dices que apenas quedan ya judíos en Damasco, si insistes en que los Asad han sido unos dictadores sanguinarios, entonces ella pone las manos encima de la mesa, dispuesta a batirse con quien sea. Expone argumentos que ha encontrado en el libro del profesor Pablo Sapag –“Siria en perspectiva” (Ediciones Complutense)- y otros de la propaganda oficial, como que “Asad está por la reconciliación” y que “a Siria han regresado ya 1,5 millones de personas”. Sin embargo, también aporta ideas imposibles de rebatir, como que los estadounidenses han impuesto un relato sesgado, y que lo de denunciar las dictaduras tiene poco que ver con la defensa de la democracia y los derechos humanos.
Rosa se ha pedido un gin-tónic y a media entrevista se ha sacado las gafas de cristales azules que la caracterizan. A las ocho y media dice que tendría que empezar a irse. Ha de coger el tren para regresar a Llofriu, el pueblo donde vive desde hace muchos años y que también fue el pueblo de Josep Pla, un escritor atrapado entre España y Catalunya que “si hubiera nacido inglés o francés habría sido un héroe”.
Poldo la acompaña a la esquina de la calle Balmes a coger un taxi. El tren sale de la estación de paseo de Gracia. En poco más de una hora se bajará en Llançà y conducirá en su coche hasta la finca de Llofriu donde mañana se pondrá a escribir, o no.
Xavier Mas De Xaxàs, 09/02/2018