Isabel Coixet
“Siempre llevo un tranquilizante
en el bolso”
El mundo de Isabel Coixet no tiene remedio. Es demasiado convulso y acarrea demasiadas injusticias. Sólo queda denunciarlo, gestionarlo y dar un paso atrás para poder contemplar lo de bueno, heroico y misterioso que lo mantiene vivo.
La cineasta es autora de películas como Mi vida sin mí, La vida secreta de las palabras, Ayer no termina nunca y Nadie quiere la noche, títulos líricos que son un buen reflejo de su mirada melancólica sobre la humanidad.
La entrevistamos cuando ultimaba el montaje de su último film, La Librería, que se estrenará en noviembre. Emily Mortimer da vida a un personaje de la escritora Penelope Fitzgerald, una mujer buena y sencilla en la Inglaterra rural de los años 50 que concentra todas sus ambiciones en abrir una pequeña librería.
Coixet no podría vivir sin los libros. Lee con intensidad, siguiendo, tal vez sin saberlo, un consejo que Wener Herzog dio el otro día en el festival Kosmopolis de Barcelona: la clave para ser un gran cineasta, además de caminar mucho y mirar mucho, es leerlo todo.
Coixet leyó Madame Bovary en la adolescencia y luego otras veces más a lo largo de su vida. Al principio cayó a cuatro patas en el paradigma literario que representa Emma Bovary, una mujer casada, infeliz, incomprendida, que busca otra vida en los libros, emociones que le devuelvan el sentido de la vida. La última lectura, sin embargo, ha acabado por desmontarle el personaje de Gustave Flaubert. “Le daría un par de hostias”, confiesa. “Es una pesada que debería ponerse a hacer algo y dejarse de joder a los demás”.
En contra de lo que se pueda deducir de esta agresividad literaria, Coixet parece ser una mujer tranquila. Asegura que es muy pragmática, capaz de meter su ego en un cajón, incluso ante guionistas frustrados y vanidosos. También es verdad, y así lo cuenta, que en el bolso siempre lleva un ibuprofeno y un trankimazín. “Siempre hay que llevar un tranquilizante (porque), en todas las situaciones, pase lo que pase, tu llevas un tankimazín y la resuelves”. O si no la resuelves la toleras.
Afirma que procura no sufrir y no pensar, pero está claro que sufre y piensa. Se aprecia en sus películas y documentales, en cómo habla y cómo mira, poniendo cierta distancia, un colchón de ironía y escepticismo. En la barra del Giardinetto pidió un vino tinto, que en el video se ve bastante oscuro, igual que sus labios, casi tan negro como la chaqueta y las gafas. Le brillan las manos y las utiliza mucho para hablar para explicar que es asocial, que no lleva nada bien que la paren por la calle, que puede ser muy borde con los incautos que la abordan con ideas infalibles para su próxima película. Dice todo esto y al mismo tiempo rinde un gran homenaje a Joan Potau, el creativo de publicidad que fue su gran mentor, el primero que no se rió cuando le confesó que quería hacer cine.
Xavier Mas De Xaxàs, 28/04/2017