Najat el Hachmi
“Vamos camino de tolerar a los intolerantes”
Pocas mujeres, especialmente en las sociedades islámicas, han completado el tránsito desde la identidad heredada a la identidad escogida. La escritora catalana Najat el Hachmi es una de ellas, uno de los ejemplos más relevantes que hay en Europa de lucha por la libertad y la dignidad de la persona.
Su primer libro, publicado en 2004, se titula Jo també sóc catalana y en él explica cómo se incorporó a la catalanidad siendo una niña que vivía en Vic. Había nacido en Beni Sidel, un suburbio de Nador, y había crecido como ciudadana de un país con valores culturales y políticos diferentes. De pequeña sufrió la islamofobia, se dejó seducir por el integrismo y acabó enfrentándose y rompiendo con su familia que le exigía un comportamiento social acorde con la tradición musulmana.
El Hachmi utiliza la literatura para explorar su identidad y su contexto, para exponer secretos que no se atrevía a verbalizar.En L’últim patriarca, novela del 2008 con la que gana el premio Ramon Llull, narra la historia de su padre, la ruptura con él y el mundo que él representa. El ensayo feminista Siempre han hablado por nosotras, aparecido el pasado otoño, es su última obra.
La entrevista en la barra del Giardinetto arranca con un repaso a esta infancia partida entre Marruecos y Catalunya, dos mundos superpuestos, mezclados muchas veces, interfiriendo en su crecimiento como persona.
Luego pivota sobre dos ejes fundamentales de su pensamiento: la ciudadanía y la mujer.
El Hachmi ha reflexionado mucho, seguro que mucho más que la inmensa mayoría de catalanes, sobre lo que significa ser catalán, y confiesa que todavía no lo tiene claro. Lamenta que el debate entorno a la catalanidad haya sido víctima del procés. “Es una lástima –dice– porque siempre es bueno hablar de lo que nos une”. Cree que “el procés empequeñece la catalanidad” porque lo simplifica todo hasta el extremo de que vincula ser catalán con ser independentista.
Una de las constantes en la vida de El Hachmi ha sido desvincular la identidad, ya sea étnica, religiosa o nacional, de las opciones políticas que se toman. Es casi utópico pero su ideal es vivir en una sociedad donde pesen mucho más los valores democráticos y ciudadanos, que no los heredados, los impuestos por el entorno familiar, religioso y social más próximo.
Es así como ha llegado a una encrucijada en la que se siente bastante sola e incomprendida. Opina que vive en una sociedad que se preocupa más de sí misma que de las personas que la forman. Una sociedad que se gusta cuando puede presentarse como multicultural, formada a partir de sensibilidades muy diferentes. Este enriquecimiento a partir de la inmigración encierra, a su juicio, varios problemas, especialmente para las mujeres.
El Hachmi, por ejemplo, cree que hay sensibilidades que no deberían incorporarse de ninguna manera, y tampoco debería permitirse que se mantengan en las comunidades de origen. Ella, que ha luchado contra su entorno por el derecho a no llevar velo, ve ahora como desde algunos sectores de la izquierda y el feminismo se la acusa de racista por pensar que el pañuelo no es tanto un símbolo de la identidad musulmana como del machismo inherente en el islam.
Lamenta que muchos progresistas prefieren que sea “una mujer racializada” a una mujer que se ha integrado en la cultura catalana y española. Critica que se vea esta integración como algo negativo, propio de antiguas sociedades colonizadoras, y no como una opción que ella ha tomado con total libertad. La realidad, a su juicio, es a la inversa. Las mujeres musulmanas no son libres para decidir si llevan velo o no porque “la religión vertebra una jerarquía patriarcal” que es inamovible.
El Hachmi cree que esta dinámica nos lleva a “tolerar a los intolerantes”, es decir, a incorporar elementos muy subversivos de otras culturas en nombre de un malentendido multiculturalismo que lo que hace es reproducir en nuestra sociedad prácticas que nosotros no toleraríamos en nuestro propio entorno.
Xavier Mas de Xaxàs, 29/03/2020