Teresa Gimpera
“Mi historia ha sido pura casualidad”
Teresa Gimpera insiste en que “mi historia ha sido pura casualidad”, que todo lo que le ha sucedido en el mundo del cine y de la moda ha sido por ser mujer y tener el adn de su padre, genes que la hicieron rubia en un país de morenas.
En 1962, un publicista que la conoció a través de su primer marido le propuso hacer unas fotos en el parque de la Ciutadella de Barcelona para promocionar una cerveza. Ella no sabía dónde se metía. Lo hizo como quien hace un favor, para probar y divertirse. Las fotos quedaron muy bien y otros publicistas y fotógrafos, como Oriol Maspons, quisieron trabajar con ella. Pero ella era una “chica todo terreno”, que a los 16 años había dicho que nunca se pondría tacones, y no sabía cómo encajar en este nuevo mundo.
Entonces fue a ver a Leopoldo Pomés porque en sus campañas las modelos hablaban. Pero a Pomés no le gustó nada. “Él me enseñó a sofisticarme”, explica. Juntos hicieron un anuncio de medias y poco después la llamó Vicente Aranda para hacer una película. Acabó haciendo decenas de ellas –sólo en 1967 rodó ocho- y fue musa de la Escuela de Barcelona, una de las estrellas de la noche en Bocaccio.
Pero a finales de los años setenta se cansó. Sólo le ofrecían papeles de mujer sexy. Era la época del destape y a Gimpera, que le gusta meterse desnuda en el mar, dijo que no se desnudaba porque sí. Pensó que “si a los 40 años tengo que ganarme la vida enseñando el culo, mejor lo dejo”.
Fue modelo, aunque confiesa que “mi esqueleto no es de maniquí”. Trabajó para Pertegaz y el modisto le decía, “señorita Gimpera esconda el sexy”.
Otros hombres eran más rudos. “Me decían barbaridades”. Les tenía miedo. Los acosos se intensificaron a partir de 1971, cuando ganó el concurso de Miss Europa. Ella confiesa que siempre pudo sacudirse a los acosadores de encima.
Fundó una agencia de modelos, se casó con un actor estadounidense, Craig Hill, y juntos abrieron un local en Begur, donde servían bocadillos y helados, sándwiches americanos y helados de bola.
A la barra del Giardinetto, Gimpera llegó vestida de rojo y contenta. Tiene 83 años y sigue trabajando “de pura casualidad”.
Xavier Mas De Xaxàs, 24/01/2020