Frederic Amat sobre la vida:
“La estrujo todo lo que puedo porque no tengo otra”
Frederic Amat es un artista agazapado en la sombra y un escenógrafo expuesto sobre el escenario. Nació en Barcelona y vive en Barcelona, pero también en México, y de manera completa y permanente, es decir, al mismo tiempo, una dualidad geográfica y sentimental al alcance de muy pocos.
Tenía 16 años cuando le escribió a Picasso después de ver Las Meninas que acababa de regalar a la ciudad de Barcelona. Quería saber si el maestro era la figura del fondo, la que está bajo el dintel de la puerta y es punto de fuga. Picasso no le contestó, pero no importa. La experiencia y la intuición cultivada durante décadas de aprendizaje le hicieron ver que, efectivamente, Picasso se había pintado como también lo había hecho Velázquez.
Aquel artista adolescente hoy tiene 71 años y hace un alto en la barra del Giardinetto para reponer fuerzas y poder seguir su devaneo por las calles de Barcelona.
Amat es un vitalista, empeñado en bucear hasta la esencia de las cosas de la mano del color negro, el que encierra a todos los demás, un color mayestático que le permite ver el mundo interior.
"El negro -dice- es la sangre del poeta". Es la tinta con la que se escribe y dibuja, artesanías manuales que favorecen la reflexión.
Le fascinan los enigmas con los que se tropieza a diario, la magia de lo que está oculto. El afán de encontrar lo que no sabe, incluso lo que no sabe que está buscando, lo mantiene en movimiento, una actividad constante en su estudio y más allá.
"Estrujo la vida todo lo que puedo porque no tengo otra", dice mientras intenta explicar que le gustaría tener al menos dos para explorar todo lo que le quedará pendiente cuando muera.
"Voy al encuentro de lo que no he visto, y no desde la razón, sino de la intuición", afirma en otro momento de la entrevista.
Su arte surge de un profundo sentido de la fragilidad humana y de una curiosidad tan fuerte que no le importa equivocarse. El error es intrínseco en toda exploración, muestra el camino.
Amat encontró el suyo no solo a través del arte, sino del teatro. Estuvo en el nacimiento del Lliure, con Lluís Pasqual y Fabià Puigserver, y aún vive sobre los escenarios de las obras que escenifica.
Le gustaría que el arte, el teatro, la cultura en su sentido más amplio se enseñara en la escuela, pero no como una asignatura sino como una experiencia. "Los niños han de aprender a bailar en la escuela", dice mientras reflexiona sobre cómo el baile, aprendido en la infancia, nos haría caminar de otra forma, sin duda, más alegre y completa.
Amat se siente libre y mientras apura el gin-tonic se desabrocha el último botón de la camisa. Entonces, extiende los brazos y navega por el universo, entre la incertidumbre, pero en perfecto equilibrio.